Tecolotitos fantasmas, duendecillos de la tierra

**A Primitivo Véliz lo trajo al monte la versión de que acá se aparecían al atardecer unos misteriosos fantasmitas de 20 centímetros de alto, que "lloraban" y "gritaban" y que, a la puesta del sol, se introducían en la tierra por unos agujeros de víboras.


Tecolotitos fantasmas, duendecillos de la tierra

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2022, 15:23 pm

Por Froilán Meza Rivera

Aldama, Chihuahua.- Aperchadas en una cerca de palos y alambres, aquellas figuras fantasmales paralizaron al hombre que se las encontró de frente, y que no pudo identificarlas como pájaros, ni como roedores, ni como fiera alguna reconocible... A la desfalleciente contraluz del último minuto del atardecer, su aspecto era más bien el de una decena de duendes de ojos brillantes.

El sudor empapó con su tenaza de frío la camiseta y la nuca de Primitivo Véliz, quien apenas tres horas antes había emprendido, fanfarronamente armado de valor, la búsqueda de aquellos fantasmas de la tierra.

Quedaba, ciertamente, la posibilidad de que estas criaturas fueran fantasmas, porque así las llamaban los lugareños del kilómetro 10.

Y fantasmas fue lo que vino a perseguir Primitivo, con la boca llena de jactancia y de desprecio hacia los campesinos y colonos ignorantes que, según él, se dejaban llevar por supersticiones y creencias primitivas como su propio nombre de pila.

No, fantasmas no, fantasmas no, repetía mentalmente con la incredulidad por los suelos.

Pero los fantasmas que tenía a la vista ahora, lo miraban con ojos insistentes e imperturbables, y emitían un ju-jú ululante en ratos, así como unos inquietantes chasquidos. El sonido que emitió uno de aquellos misteriosos duendecillos, con el que se permitió espantar al hombre, fue un agudo chillido como de rata agonizante que terminó por romper la resistencia del azorado sujeto.

Primitivo echó a correr desaforado ante la aparición y tropezó entre las zanjas y el borde del camino.

Al caer de frente al polvo y las piedras, el resorte del miedo lo catapultó hacia arriba, y no paró de correr hasta que llegó al terraplén de la carretera de Aldama, donde ya más calmado, trató de rehacer e interpretar su reciente experiencia.

¿De qué se trataba? ¿Qué fue exactamente lo que encontró? Mejor, ¿qué fue lo que vino a buscar?

A Primitivo Véliz lo trajo al monte la versión que le pasó un amigo, de que cerca de un albergue para jóvenes adictos, se aparecían al atardecer unos misteriosos fantasmitas de 20 centímetros de alto, que "lloraban" y "gritaban" y que, a la puesta del sol, se introducían en la tierra por unos agujeros de víboras. Según su amigo, los vaqueros que recorrían estos llanos se encontraban con una aparición múltiple, con grupos de fantasmas pequeñitos, con seres de las profundidades que ascendían a la superficie cada día para ver morir el sol.

SE SOLUCIONA EL MISTERIO

Pero para él, Primitivo Véliz, el racionalista, el juicioso del barrio, el valiente desafiador consuetudinario de sustos y de miedos, encontrar la explicación a los duendecillos de la tierra de Aldama, se constituyó en el mayor reto al que se hubiera enfrentado.

Acompañado ahora de varios de sus amigos para darse valor y para tener más de un par de ojos que vieran lo que él vio, y que en su caso lo desmintieran o lo corroboraran, emprendió una segunda expedición, una tarde de otoño.

Y ahí estaba, esperándolos en el rincón de una tapia de adobe, una parvada de aquellos dulces tecolotitos de la pradera (Athene cunicularia), un grupo solitario, tal vez el último de su especie en la región.

Amenazados por la cercanía de las nuevas granjas con que se poblaba el llano, y por la presencia de los perros y los gatos que los persiguen, aquellos tecolotitos de hábitos diurnos y que moran en madrigueras, se están yendo ya de esta región.

Dejan detrás suyo, sólo la leyenda de su presencia crepuscular, referida por los vaqueros como "los duendecillos de la tierra".