11 de marzo de 2018 - 19:00 pm

El horror nuestro de cada día (322)

Por La Crónica de Chihuahua

Por Froilán Meza Rivera

El caso ha sido referido por una multitud de automovilistas, casi todos conductores de taxis, y los testimonios suman decenas.

Éste es uno de esos testimonios. René Balderrama, taxista desde hace muchos años, no se acordó en ese momento, porque iba distraído escuchando la música de su tocacintas en el automóvil, de la leyenda que estaba haciendo furor entre sus compañeros del gremio de los choferes de alquiler.

No recordó, aquella madrugada de diciembre del año pasado, lo que sus colegas habían estado contando con tantos detalles. Una mujer vestida de blanco, una enfermera, les hacía la parada exactamente a un lado de las vías del tren, en la calle Mercurio, y les pedía que se regresaran por la avenida Agustín Melgar para tomar después a la izquierda la calzada Heroico Colegio Militar. El destino de la enfermera no podía ser menos incierto y misterioso en medio de la noche: el Hospital Verde.

En respuesta a la señal de la mujer, él detuvo el carro para que ella abordara.
“Buenas noches, ¿a dónde la llevo?”

“Al Hospital Verde, por favor”.

“Muy bien, allá vamos”. René Balderrama sí sabía que el mencionado hospital había desaparecido desde hacía más de cincuenta años, y que todo lo que quedaba de él era una ruina reducida a menos de una esquina de sus muros. Menos que una tapia, pues.

Sin embargo, él pensó que la enfermera se refería al Hospital Verde como una referencia del rumbo. Habrá razonado René que, una vez en las inmediaciones de las ruinas, la mujer le señalaría alguna casa del fraccionamiento contiguo, tal vez el asilo de ancianos que estaba atrás, o acaso las oficinas de la planta maquiladora que acababan de construir en ese vecindario.

Pero no.

“¿Dónde la dejo, señorita?”

“En el Hospital Verde, por favor”.

“Aquí estamos ya”, le dijo el chofer de taxi a la joven mujer, habiéndose detenido justo a un lado de las tapias, que hoy en día están rodeadas por un estacionamiento.

“Son treinta y cinc... ¡ah, carajo! Seño, seño, ¿dónde se metió?”

“Ah, chingao, esta chava ya se me peló sin pagar”, fue lo primero que pensó, pero él nunca le había quitado la vista de encima a la enfermera que se desapareció ante sus ojos.

“¡La enfermera!” —René cayó de pronto en la cuenta de que había tenido tratos terrenales con el fantasma más célebre en esos días en el gremio de los automóviles de alquiler. “¡La enfermera del Hospital Verde! ¿Pues en qué estaba yo pensando, si me pasó igual que a los otros taxistas!”

Ahora sí recordó él que su veterano taxista de su mismo sitio, don Alberto, había tenido un encuentro con la mujer de blanco, pero ésta nunca se le bajó del carro. Ahí mismo, a la hora de decirle el otro taxista que ya estaban ahí, la enfermera simplemente dejó de verse por el espejo retrovisor.

“Por poco y me infarto, verdad de Dios, yo ya no estoy para estos trotes”, les había dicho don Alberto a sus colegas, apenas tres días antes del incidente con René Balderrama, y el viejo les hizo saber que “por nada en la vida” iba a volver a transitar por la calle Mercurio en la noche... “¡Prefiero rodear por la colonia Industrial, o irme incluso hasta la calle Juan Escutia, se los juro por ésta, yo por acá, ni loco!”