16 de septiembre de 2019 - 10:56 am

Conferencia Independencia y Revolución: Logros y pendientes

Por La Crónica de Chihuahua

Ing. Aquiles Córdova Morán
Mayo de 2010.

Con motivo de la conmemoración del inicio de la guerra de Independencia encabezada por don Miguel Hidalgo y Costilla, el 15 de septiembre para amanecer 16 del año 1810, reproducimos algunos extractos de la conferencia “Independencia y Revolución: Logros y pendientes”.

La guerra de Independencia (y la Revolución), nos guste o no, marcaron el rumbo que ha seguido nuestra patria desde el momento en que comenzamos la guerra contra el coloniaje español, y conocer su desarrollo, conocer sus principios, sus objetivos teóricos y sus resultados concretos -que casi nunca coinciden con los ideales- es una manera de ver al pueblo mexicano, como sucede con todos los pueblos del mundo, en marcha constante, en movimiento constante, en un proceso de desarrollo que se mueve de la barbarie, de la organización social primitiva, injusta, muchas veces sometida solo a las leyes del más fuerte, hacia adelante en busca de un país culto, civilizado, en donde los hombres vivan en paz, respetándose unos con otros y, sobre todo, en donde todos tengamos lo elemental pero suficiente para vivir como seres humanos.

Todos sabemos que al finalizar el siglo XVIII (es decir, finales de los años 1700), el mundo entero entró en fuertes y severas convulsiones históricas. Recordaré dos brevemente: primero, en 1776 se da la independencia de las colonias norteamericanas, o sea, Estados Unidos se independiza de Inglaterra y, segundo, en 1789 los campesinos, los obreros y las clases medias de Francia inician la más grande revolución de la historia del hombre, la Gran Revolución Francesa. Esos dos acontecimientos tuvieron que repercutir en México por fuerza, no solo en México, en el mundo entero. Sin embargo, la verdadera razón por la que fue inevitable que estallara nuestra guerra de Independencia, tuvo dos factores básicos:

Primero, la gran injusticia en la que vivía el pueblo mexicano. La colonia española (trescientos años de coloniaje), no había hecho prácticamente nada por las clases bajas, por las clases pobres. La Nueva España, como se le llamaba, estaba organizada de una manera absolutamente jerarquizada. En la cumbre de la pirámide estaban los llamados españoles peninsulares, es decir, los españoles que habían nacido en España y que habían venido a la colonia ya grandes; en seguida, los criollos, que eran los españoles nacidos en México; luego, los mestizos, que eran los productos de la mezcla de español con cualquiera de las distintas razas que había en nuestro país (esto dio origen a más de 30 castas que formaban la inmensa mayoría del pueblo).

La otra razón es que, la clase dominante formada por criollos y peninsulares, estaba dividida por el exceso de privilegios de los peninsulares y, por lo tanto, no había una fuerza social cohesionada, firme, en torno al virrey, que representaba al rey, y que defendiera los intereses de la Corona; por eso bastó que don Miguel Hidalgo tocara las campanas y llamara al pueblo a decretar la lucha contra los gachupines, para que todo el pueblo, muchos de ellos criollos, se levantara contra el dominio español.

Pero la gota que derramó el vaso fue que Napoleón Bonaparte invade España, toma preso al rey español que era Fernando VII y se lo lleva a Francia, y pone en su lugar a su hermano José Bonaparte, que los españoles, con ese espíritu de burla que nos heredaron, rápidamente lo bautizaron como “Pepe Botella”, porque dicen que le gustaba el chupe. Entonces don Miguel Hidalgo y sus gentes vieron la oportunidad de lanzarse a la guerra sin parecer muy radicales con la consigna de “¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad! ¡Viva Fernando VII! ¡Mueran los gachupines!”; o sea que don Miguel Hidalgo le da a su movimiento esta imagen: la guerra es en favor de Fernando VII, pero contra los gachupines. De esa manera don Miguel creía poder despistar a las fuerzas represivas e, incluso, ganarse como aliados a los que eran partidarios del rey Fernando VII, o sea, de nuestra dependencia de España.

La campaña de don Miguel Hidalgo se inicia en Dolores, Hidalgo, y el primer punto importante sobre el que avanza es la ciudad de Guanajuato, y la toma. La ciudad de Guanajuato, no sólo era entonces quizás la más importante ciudad del Bajío, sino la más rica; se sabe que casi el 30 por ciento de la plata mexicana que salía para España era plata de Guanajuato. Era pues, punto neurálgico del gobierno español… Después de su campaña por el Bajío, don Miguel Hidalgo, asesorado por Ignacio Allende, avanza sobre la ciudad de México, había que tomar el poder. Entonces, como ahora, para tomar el poder hay que tomar la capital de la República. Avanza el ejército de Hidalgo hacia México después de varias peripecias, y entre el Estado de México actual y el Distrito Federal, en el monte de Las Cruces, se da la batalla crucial entre Hidalgo y el ejército del virrey… y, contra lo que muchos esperaban, la gana el ejército de don Miguel Hidalgo, un ejército al que hay que ponerle comillas, porque no era tal ejército, las únicas fuerzas militares que sabían de estrategia, de táctica, del uso de las armas y de la artillería, eran los pocos soldados profesionales de Allende y algunos otros que se le habían sumado; los demás, eran chusma vil, indígenas desarrapados que venían con garrotes, con machetes, con palas, con rastrillos, una verdadera avalancha de pueblo que no sabía mucho de guerra, y a pesar de eso, don Miguel Hidalgo gana la batalla del monte de Las Cruces. En ese momento la capital de la República estaba a merced de los insurgentes.
Si don Miguel Hidalgo hubiera ordenado, como la estrategia militar lo aconsejaba, el avance sobre México, ahí hubiera terminado la guerra y la hubiéramos ganado. Pero, Hidalgo tuvo miedo del baño de sangre que se iba a desatar. Se sabe bien, y el argumento está documentado, que dijo: si entra esta gente, yo no la voy a poder controlar, no es un ejército, y lo que se va a desatar va a ser una degollina, va a ser un verdadero baño de sangre, y la ciudad de México va a ser saqueada y probablemente arrasada por el pueblo en armas y yo no quiero echarme esa carga sobre mi conciencia. Allende, le dijo: señor cura, ahora o nunca, o tomamos México o el gobierno español se va a rehacer y nos va a derrotar. Tenía razón Allende, militarmente tenía razón; pero Hidalgo no aceptó, retrocedió, caminó hacia el pueblo de Aculco, y allí se volvieron a enfrentar los ejércitos, y ésa fue la primera derrota de don Miguel Hidalgo.

Después de un cierto tiempo de reposo, dijo, ahora sí vamos sobre México, y ahora sí, hasta que lleguemos a Palacio Nacional; pero ahora sí ya no se pudo, porque el gobierno virreinal ya se había preparado. Lo esperaron en el puente de Calderón -la famosa batalla del puente de Calderón-, y ahí lo hicieron pedazos, se acabó el ejército de Hidalgo y su aventura. Dicen que la matanza fue atroz, porque los españoles -que han criticado a Hidalgo y a su ejército de sanguinario, de salvaje y de maleducado-, tan educados, tan atildados, tan profesionales, eran unos verdaderos carniceros. Cuando retoman Guanajuato los españoles al mando de Félix María Calleja -que ha pasado a la historia no por buen militar, sino por sanguinario-, mandó que se formara toda la población de Guanajuato, toda, no investigó si eran insurgentes o partidarios del rey, si eran hombres o mujeres, si eran niños o ancianos, si eran enfermos o no, a todos los formó y le ordenó a sus soldados que diezmaran a la población, no al ejército, a la población. Ahí murió mucha gente que ni la debía ni la temía. La batalla del puente de Calderón fue una masacre, se sabe que la sangre corría por la ladera de los montes vecinos.

Ya no se pudo rehacer Hidalgo, y sabedor de eso, entrega el poder a algunos de sus lugartenientes y emprende la marcha hacia el norte, en busca de cruzar la frontera para pasar a Estados Unidos (que siempre ha sido el ave de mal agüero para nuestra historia), y en busca de armas; y como todos sabemos, en Acatita de Baján lo aprehenden, lo encarcelan en Chihuahua, lo juzgan y lo fusilan en 1811.
Quien toma la batuta es Don José María Morelos y Pavón, quien tampoco era militar, era cura. Morelos sólo había hablado con Hidalgo una vez -dicen que había sido su maestro en el Colegio de San Nicolás-, pero nadie sabe si se conocieron o no, lo que está documentado es que hubo una sola entrevista, en la que Hidalgo nombra a Morelos su representante en el Sur… dicen que Hidalgo vio en los ojos de Morelos la decisión, el valor, el talento y la fidelidad. Morelos, que, como dije, no era militar, tenía genio militar; el más grande genio militar de la guerra de Independencia fue Morelos… El acta de Independencia que se firma en el Congreso de Chilpancingo –ya muerto Hidalgo-, congreso convocado por Morelos, es donde por primera vez se declara por escrito la independencia de México de España… La Constitución de Apatzingán se da bajo la inspiración de Morelos.

La guerra de Independencia no la ganaron los mexicanos, no, no la ganamos, esto hay que decirlo con toda claridad. Después de Morelos el movimiento quedó en manos de don Vicente Guerrero, quien es un héroe de todos mis respetos, evidentemente; pero don Vicente Guerrero no tenía ni los ideales ni el talento militar de Morelos ni la cultura de don Miguel Hidalgo. Era un cimarrón, es decir, cruce de negro e indio, nacido en Tixtla, Guerrero, y era medio limitado de la cabeza; muy patriota, muy valiente, pero no tenía el tamaño para encabezar la rebelión contra España. Andaba perdido allá con un pequeño grupo de humildes campesinos guerrerenses en las montañas de Teloloapan en la tierra caliente.

Pero pasa una cosa que nadie esperaba. Ante la prisión de Fernando VII por Napoleón, al responsable del gobierno de España se le ocurre convocar a Cortes (lo que diríamos ahora a un Congreso Constitucional), aunque eso se hacía periódicamente y no era una novedad, lo nuevo ahora es que se hace en ausencia del rey, y probablemente, como causa de la ausencia del mismo. Se convoca a Cortes en Cádiz, España; a esas Cortes tenían derecho a mandar delegados todos los pueblos, incluidos los pueblos colonizados, y asisten don Miguel Ramos Arizpe, don Fray Servando Teresa de Mier, Guridi y Alcocer, obispo de Tlaxcala, y otros grandes mexicanos… Los aquí mencionados, eran mexicanos ilustrados, simpatizantes de la Revolución Francesa, enemigos del Imperio y ellos son, junto con otros, los que nos representan. Esto indica que, ciertamente, las Cortes de Cádiz estuvieron dominadas por delegados de izquierda, como se dice ahora, y crean una constitución de izquierda que casi le ata las manos al poder real. la Constitución de Cádiz propone una monarquía constitucional para restarle poder al rey que era entonces el soberano absoluto. Era pues, una constitución progresista. Y entonces, como nunca faltan los genios del mal, los grandes jerarcas de la iglesia católica unidos a los grandes terratenientes y a los ricos de la Nueva España, forman lo que se conoció como la conjura de la Profesa, y ahí acuerdan una maniobra, de la que el mismo Maquiavelo les hubiera tenido que aprender algo, dijeron: ‘Vamos a consumar la independencia de México, finjamos que estamos con la independencia, armemos un ejército que levante la bandera de Hidalgo y de Morelos, que engañe a don Vicente Guerrero; hagamos una independencia de a mentiritas, nos separamos de España para que no llegue aquí la Constitución de Cádiz, pero aquí adentro las cosas van a quedar como siempre, vamos a seguir mandando los gachupines.’

Pero a tiempo y con inteligencia, le salió al paso a la Constitución de Cádiz. Por eso arman el ejército rebelde y ponen a la cabeza a un individuo que era exactamente lo que se necesitaba: vanidoso, reaccionario, engreído, con ínfulas de noble, que pasaba por librepensador y que la podía pegar de rebelde, y ese hombre se llamaba Agustín de Iturbide. Cuando Iturbide se levanta con la bandera de la independencia, hasta don Vicente Guerrero se tragó el anzuelo, creyeron que en efecto Iturbide había cambiado de bandera y que era el caudillo que México requería. Se fue a la montaña del Sur, allá engañó a don Vicente Guerrero; vino el famoso abrazo de Acatempan, el ejército trigarante, la bandera tricolor; la ceremonia de Iguala, que fue donde entraron ya unidos, oficialmente, Guerrero e Iturbide, y nos declaramos independientes. Se consumó la independencia. Sí, sólo que con apoyo de los gachupines, para beneficio de los gachupines, para beneficio de los privilegiados, para eso se hizo la independencia.

Como ya el virrey Iturrigaray estaba muy debilitado, el imperio español ordena cambiarlo por don Juan O’Donojú; cuando Iturbide anda haciendo estas maniobras, O’Donojú llega a Veracruz y la reacción mexicana se entera que llegó el nuevo virrey. Entonces, ya habiéndose puesto de acuerdo todos y declarado a México independiente, sale Iturbide a encontrar a O’Donojú en Córdoba, Veracruz, y ahí hacen que O’Donojú firme y reconozca por escrito que México, a partir de allí, es independiente de España. Y Juan O’Donojú, que no traía más que una mano adelante y otra atrás (porque así llegaron todos los gachupines, aquí se hicieron ricos), no tuvo más remedio que firmar; no sólo lo amenazan, no sólo casi lo toman preso sino que lo sobornan y firma. Ésa es el acta de independencia de México.

Los verdaderos luchadores, Morelos e Hidalgo, murieron en el intento, y los que consumaron la independencia lo hicieron como dicen que dijo “Il Gatopardo”, cambiaron algo para que todo siguiera igual; eso fue la independencia. Fue un pacto de pillos, entre los pillos de aquí y los pillos de allá, y así nos hicimos independientes.

Y aquí estamos, señoras y señores. Las grandes fortunas de este país siguen estando, en una altísima proporción, en manos de gachupines; claro que ahora se le han venido a sumar libaneses, fenicios, árabes, ingleses, norteamericanos, pero la proporción de ricos españoles sigue siendo altísima. La gran riqueza de este país, por la forma en que se hizo la independencia, nunca ha sido nuestra; no nos engañemos. La guerra de Independencia la perdió el pueblo porque sus representantes eran Hidalgo y Morelos y ambos fueron fusilados. Por lo tanto, las cosas siguieron, en efecto, como ya estaban, y hasta el día de hoy, más o menos, así siguen.