Aumento en las adicciones, sus causas económicas

Por Abel Pérez Zamorano


Aumento en las adicciones, sus causas económicas

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2012, 20:37 pm

El autor es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias EconómicoAdministrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.

Según la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA) 2011, recientemente publicada, en México han aumentado las adicciones al alcohol, tabaco y drogas. En el rango de edades entre 12 y 65 años, la proporción de quienes han consumido alcohol aumentó en tres por ciento; una tercera parte de la población declara consumir grandes cantidades, aunque sea ocasionalmente. Un seis por ciento de la población sufre dependencia del alcohol (4.9 millones de personas); en 2002 representaba 4.1 por ciento. El consumo de alcohol aumenta entre los jóvenes: en el periodo 2008-2011, en el sector de edades entre 12 y 17 años, aumentó en 11 por ciento el número de quienes declaran consumirlo, aunque no sea habitualmente (son 13.4 millones), y entre ellos, la dependencia se duplicó entre 2002 y 2011. Hay 742 mil 678 menores de edad alcohólicos en el país. El consumo de drogas en este último periodo casi se duplicó, y la edad de inicio bajó. También aumentó el consumo de tabaco: hay 17.3 millones de fumadores activos en edades entre 12 y 65 años (tres millones más que en 2008). El promedio nacional en consumo es de 6.5 cigarrillos diarios. El 12 por ciento de los adolescentes son fumadores. Y la tendencia se agrava, pues las adolescentes fumadoras activas pasaron de 3.8 por ciento en 2002 a 8.1 en 2011.

Pero no basta describir un fenómeno para comprenderlo, y menos para cambiarlo. Y a este respecto, es evidente que el consumo de enervantes y alcohol tiene factores económicos determinantes. En primer lugar, los beneficiados económicamente con la venta de estos productos, igual que las empresas de refrescos y de alimentos chatarra. Pero hay una causa más estructural: la pobreza, el desempleo y el empleo inseguro; los miserables salarios, insuficientes para atender las necesidades familiares básicas (en millones de familias no se sabe si habrá para comer al día siguiente); el enorme déficit de viviendas, la mala calidad de las existentes y el hacinamiento; el mal servicio de salud pública; la falta de espacios deportivos, cuya construcción los gobiernos tozudamente desdeñan; falta de escuelas o pésimo funcionamiento de las mismas; la carencia de servicios públicos, etcétera. La base social y económica de las adicciones es la infelicidad de la gente, privada de los satisfactores elementales que quitan lo brutal a la vida del hombre. Así pues, el aumento registrado no es fortuito, sino consecuencia obligada de una sociedad empobrecida espiritual y materialmente y que corre pareja con el aumento en la pobreza. Las adicciones son una forma de fuga de una realidad social y económica que ha privado a la mayoría de los mexicanos de satisfactores reales, y que, incapaces de apropiárselos, los buscan creando mundos ficticios, hacia los cuales se transita por el puente de las drogas, el alcohol y otras adicciones. En los casos extremos, muchos optan por el suicidio como escape definitivo. Como elemento final, debe señalarse que seguramente influye nuestra vecindad con el mayor consumidor de drogas del mundo; según la ENA, en la zona norte es más severo el problema de las adicciones.

Diré, de paso, que el consumo mismo entre la clase rica tiene, a final de cuentas, motivos muy relacionados con todo lo anterior; es su correlato; igualmente, salvo un importante sector muy culto y de alto nivel profesional, también ahí una considerable proporción padece un bajo nivel cultural y, no obstante la disipación y la satisfacción material hasta excesos enfermizos, la vida se torna vacía, pues más allá de la obtención de dinero carece de motivaciones profundas, que den verdadero sentido a la existencia del ser humano; el dinero no basta para llenar el vacío existencial, y su exceso incluso lo impide.

La mayoría ha sido privada de la riqueza material y de la espiritual, fundamentales para la humanización del hombre y en su defecto, causa de barbarie. Tras del incremento en las adicciones está también el bajo nivel educativo de nuestra sociedad: los rechazados de las universidades, excluidos sociales, hacen legiones; el nivel de analfabetismo es muy elevado, y la calidad educativa es, por decir lo menos, patética. Y es que al educarse, el hombre modifica sus gustos; desarrolla la capacidad de disfrutar a plenitud goces más elevados; el de la música de concierto, por ejemplo, exige educación, que se ha negado al pueblo, arrojándole basura musical por la radio y la televisión –salvo raras excepciones–; y así están todas las artes, y la lectura, éste sí un hábito sano y edificante; está también el placer del saber (el conocimiento tiene mucho de hedónico); en fin, el éxito en la profesión o el oficio que se desempeña: también la realización destacada del trabajo es fuente de alegría. Y por encima de todos ellos está la máxima satisfacción de saberse socialmente útil, la fraternidad humana practicada, haciendo el bien a los más necesitados.
Lo aquí dicho no tiene una connotación de tipo ético, ni nos referimos, en el caso del alcohol, a un consumo que pudiera considerarse normal, sino al exceso. El caso es que estamos ante un grave problema de salud pública, cuya atención requiere de cuantiosos recursos; que es fuente de conflicto social y familiar, y que impacta negativamente la productividad laboral y el desempeño en los estudios y generan actitudes violentas.

Ante todo esto, preocupa la frivolidad con que la política oficial ha abordado el problema, con medidas, si no equivocadas, sí de muy poca eficacia; por ejemplo, puede (y debe) limitarse la publicidad de bebidas embriagantes y tabaco, y prohibir su venta a menores de edad; ciertamente, debe realizarse una campaña permanente contra el consumo, en los medios y en las escuelas; ello está bien, pero de todas formas deja intacta la raíz del problema. Finalmente, la ENA evidencia el fracaso de la política seguida en materia de combate a las drogas, y esto atañe no sólo a los cuerpos de seguridad, sino a la misma Secretaría de Educación Pública. Así pues, las campañitas publicitarias no cuestan tanto, y por eso son el recurso favorito del Gobierno; lo que sí costaría, y ahí está el meollo del asunto, es un reparto más justo de la riqueza, pues los intereses que se oponen son formidables. Por eso considero que pensar que el Gobierno resuelva solo el problema es tanto como pedir peras al olmo. Sin la participación activa y consciente del pueblo es impensable una solución efectiva.

(aperezz@taurus.chapingo.mx)