¡Creced, malditos!

La edad media del público del nuevo indie dobla la de los músicos. La mayor estrella tiene 53 años y se define "chica" Por: Xavi Sancho


¡Creced, malditos!

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2012, 11:57 am

‘Todos te quieren cuando estás muerto’, Neil Strauss relata un encuentro con Bono en una fiesta en Miami. El periodista no las tiene todas consigo al toparse con el cantante irlandés, pues duda de sus simpatías debido a algunas cosas que ha escrito sobre la banda en el pasado. El tema va bien, hasta el punto de que el manager de U2, intentando cuidar la voz de Bono, sugiere que periodista y vocalista continúen su charla en un lugar más tranquilo. Acceden a una habitación privada, en la que se topan con Shawn Fanning y Sean Parker, fundadores de Napster. Aunque el libro no fecha las entrevistas, deducimos que estamos a finales de 2000, pues se comenta que U2 acaban de lanzar ’All that you can’t leave behind’ (título muy ad hoc para lo que aquí tratamos). Los cuatro empiezan a discutir sobre las descargas musicales y el modelo propuesto por los dos jóvenes. Bono, la estrella de rock más grande del planeta, parece estar más o menos de acuerdo con lo que los chavales hacen, hasta que Fanning interrumpe la conversación para anunciar que él y su colega se van a la playa. Bono, estupefacto, les pregunta qué hay en la playa a esas horas, a lo que ambos responden: “Chicas”. Una vez se han ido, el cantante le dice a Strauss: “Tienen veinte años, son millonarios y están destrozando la industria discográfica. Y ¿qué van a hacer esta noche? Se van a ligar con chicas. Creo que nos estamos haciendo viejos”. Unos párrafos antes, Strauss ha recordado que el ya por entonces cuarentón vocalista, le había mandado un oso de peluche con medias en respuesta a una crítica negativa y una carta llena de dibujos ‘cucos’ tras una de positiva. No hace falta ser mayor para cargarse nada. De hecho, para nada hace falta ya hacerse mayor. Y ahora vamos a ensayar una respuesta a este fenómeno que encuentra el origen de todo esto en 1986, cuando el NME editara una cinta llamada c86, naciera el indie como negación de la realidad, y la ingenuidad, como la cartera, empezó a aceptarse como algo que jamás debes perder. Los adolescentes ya no eran una amenaza para el status quo de los mayores. A lo sumo, una inquietud: ’¿Y estos me van a pagar a mí las pensiones?...

Aunque todos podían tener la capacidad de calar a los demás, nunca se les ocurría tratar de emplear esa capacidad consigo mismos. Arthur había dado con esa carencia que todos parecían sufrir, si bien todavía no había pensado en aplicarse la experiencia a sí mismo”

(Sábado por la noche y domingo por la mañana, Alan Sillitoe)

I

El Indie y la adolescencia como estado mental

Una de las principales virtudes que se le otorgan a las bandas indies surgidas en 1986 es la de cuestionar un mundo, el del rock, que se había convertido en algo demasiado serio, o demasiado airado, o demasiado masculino, o demasiado trascendental. Todo depende de si usted piensa en los primeros 80 en términos de Scritti Politti, Crass, Iron Maiden o Talking Heads. O todos a la vez, en fin.

La historia nos habla de una rebelión frente a todos los manierismos del rock, frente al profesionalismo y a favor de una versión desacomplejada del pop, en el que, según ellos, por primera vez las mujeres no eran un objeto sexual y los hombres ya no eran depredadores, sino tipos sensibles con un cardigan y una rima asonante para cada color del arco iris. Algunos piensan en ese cinta titulada c86 que regalara el semanario NME ese año y en la que se incluían temas de The Pastels, The Servants o The Mighty Lemon Drops como el nacimiento del Indie como estilo musical, cuya etimología nos ha llevado en demasiadas ocasiones a confundir independiente con Indie. Grabaciones independientes han existido siempre. El Indie era esa aproximación de supina sensibilidad e infinito amateurismo cuyo principal valor era despojar al punk de toda su bilis y carga revolucionaria (McCarthy serían una de las pocas excepciones del 86) y quedarse con el hazlo tú mismo, que mutaba de medio a fin.

La adolescencia dejaba de ser un periodo vital para convertirse en un estado mental. El mundo no era algo que conquistar, sino un ente maligno del que huir. El sexo como una vulgaridad. La inocencia como bendición. La pura y perfecta canción pop.

Papá es un Topo

Más de 20 años después de que Sarah Records reformulara el feminismo y de que los anoraks de colores y las canciones de Talulah Gosh cambiaran la forma de entender el pop de miles de adolescentes, que en vez de llorar cada vez que les robaban el bocadillo en el recreo, ahora iban y escribían una canción sobre esperar el autobús y coger de la mano a la chica con gafas –coger de la mano como fin, no como medio a coger en el término más argentino del asunto-, la banda sonora de ’Juno’ era número uno en EEUU, aparecían The Pains of Being Pure at Heart o Los Campesinos! -en la mayoría de los casos actuando para gente que casi les doblaba la edad-, volvía el ukelele como accesorio de moda, las tiendas vendían ropa de bebé con la cara de Morrissey, los gatitos lo petaban en internet, los cupcakes lograban que se comiera algo azul, las emociones eran tan enormes que se debían usar emoticones para describirlas, los festivales abrían guarderías y escenarios donde llevar a los niños a ver actuar a gente mayor que, después, saldría diciendo que los chavales eran el mejor público que jamás habían tenido. Los niños hacían versiones de éxito pop en sus habitaciones y sus padres (entonces aún no estaban en paro) las colgaban en Youtube y la red se derretía de felicidad. Todo era mono y Madonna aún era una chica mala. El que sugiriera que aquella señora igual ya podía dejarse de chicles rosas y rimas tontas, no era más que un viejo amargado que envidiaba que la Ciccone hubiera pactado con el diablo intercambiar patas de gallo por piernas de pollo.

Las marcas, cansadas de la retórica alternativa y contracultural, abrazaban ahora el discurso naive para mostrar que ellas estaban igual de estupefactas que tú ante la deriva capitalista. Jonathan Safran Foer escribía ‘Tan fuerte tan cerca’ y Herodes se revolvía en su tumba. Los niños crecían muy rápido y los mayores no lo hacían jamás. Y todo el mundo hacía negocio con esto. De ahí tal vez que la mayoría de respuestas artísticas a los tiempos que vivimos nazcan del optimismo, del buenrollismo y del pensamiento positivo, cuando ya se ha demostrado que tener fe en el ser humano es un ejercicio estéril. ¿El planeta? Pues bueno, ya que hemos dedicado tanto tiempo a cargárnoslo, casi sería mejor acabar de una vez el trabajo. No hay que dejar las cosas a medias. Esto lo sabe hasta un adulto.

De alguna manera, la celebración de la infancia, de la inocencia y pureza del niño, la música que es de cuento hadas, o que es como una nana, se ha convertido en la forma de escapismo de una estructura pop que ya no utiliza las drogas para evitar la realidad, sino que prefiere refugiarse en un universo de nubes de algodón de azúcar, algo mucho menos dañino, aunque debería ser igual de ilegal. Dream pop in a nightmare world, más o menos.

El infantilismo heredado de aquella clase del 86 que recreó el punk con balas de chocolate se reprodujo a finales de los 90, cuando el pequeño idilio de la nación alternativa con el capitalismo tocó a su fin y muchos se sintieron obviamente defraudados por la poca empatía que encontraron Pepsi o MTV ante el advenimiento de monstruos como los Gallagher. Y a partir de entonces, a medida que las cosas se iban poniendo más feas, los feos se iban haciendo más niños. Todos menos Stuart Murdoch, que morirá siendo un niño listo.

Los que entonces rondaban la veintena, son ahora padres orgullosos de ser jóvenes para casi siempre y de transmitir su sabiduría musical y sus preceptos estéticos a sus niños, aunque éstos, como trataba de demostrar recientemente Alexis Petridis llevándose a su hija Esme a un festival de música experimental, para lo que tiene mejor oído que nosotros es para el ruido, no para los Ramones. Estos padres entran en el segmento de población que puede ver el anuncio de Loewe y encontrar valores positivos en su manera de eludir los problemas de esta enferma sociedad, porque los problemas son algo a lo que uno le hace una gambeta, porque ya se sabe que, si los enfrentas, igual resulta que son como Ballesteros, el inefable central de Levante, acaso el único caso actual de mayores dando lecciones de cómo serlo a los jóvenes.