Crisis económica y suicidio

Abel Pérez Zamorano


Crisis económica y suicidio

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2013, 10:18 am

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(El autor es chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, Maestro en Ciencias en Políticas del Desarrollo por la London School of Economics. Maestro en Ciencias en Economía de Negocios por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Profesor de la Universidad Autónoma Chapingo e integrante del Sistema Nacional de Investigadores.)

La economía capitalista no sólo priva de satisfactores materiales a la gran mayoría; además, y como consecuencia, la tortura sicológicamente y la agrede, privándola de oportunidades para realizarse humanamente, y arrebatándole toda esperanza de un futuro mejor. Su único fin es succionar plusvalía, y es peor que la Santa Inquisición, pues tortura a millones de seres humanos no sólo empobreciéndolos, sino a través del “estrés económico”, provocado por la diaria amenaza de perder el empleo, no saber si la familia comerá mañana, no tener un ingreso suficiente para sostenerla o endeudarse sin poder pagar; es la pérdida de la casa familiar o la quiebra de la pequeña empresa, que ocurre masivamente con las crisis. En esa angustia viven miles de millones de jefes de familia en el mundo, con familiares enfermos a los que por falta de recursos no pueden curar, y, como ocurre en México, donde muchos que han sido arrojados a la calle, se ven empujados a delinquir para sobrevivir, pues les ha sido cerrada la válvula de escape de la emigración y del sector informal, saturado por tanto pobre que ha ido a refugiarse ahí. En fin, agréguese a esto el consumo de drogas y alcohol, por otra parte, jugosos negocios.

Entre los estragos sociales de las crisis económicas está el suicidio. A ese respecto, la prestigiosa revista médica británica The Lancet publicó (noviembre 5 de 2012) que entre 2007 y 2009, según estadísticas oficiales, la tasa de suicidios en hombres en Grecia aumentó más de 24 por ciento, y en Irlanda, 16 por ciento. Similares tendencias se registran en Italia, Lituania, Letonia, Hungría, Estados Unidos, Inglaterra y otros. Esto ocurre en medio de una crisis, la más profunda en la historia del capitalismo junto con la de 1929; y no es fortuito, pues se ha demostrado que históricamente la tasa de suicidios está estrechamente asociada con los ciclos económicos. Así lo evidencia una investigación reciente realizada en Estados Unidos, que exhibe una aterradora correlación: en ese país, un incremento de uno por ciento en el desempleo eleva en 0.9 por ciento la tasa de suicidios, casi uno por ciento. Especialistas médicos escribieron para The Lancet que: “Desde que la tasa de desempleo entre 2007 y 2010 en los Estados Unidos aumentó de 5.8% a 9.6%, nuestro modelo indica que el aumento en el desempleo durante la recesión está asociado con un incremento de 3.8% en la tasa de suicidio, correspondiente a aproximadamente 2,330 suicidios… la elevación del desempleo podría representar alrededor de un cuarto de los suicidios adicionales registrados en los Estados Unidos durante este período” (www.thelancet.com Vol 380 November 24, 2012). Similares tendencias se observan en Inglaterra, donde el mismo medio, citando datos de la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido (22 de enero de 2013), indica que en 2011 hubo 6,045 suicidios, 437 más que en el año anterior.

Según el Wasington´s Blog (17 de mayo), hoy, “Más americanos cometen suicidio que durante la Gran Depresión”. Cita un reporte de The Boston Globe (2011), donde dice: “Un nuevo informe emitido hoy por el Centers for Disease Control and Prevention (CDC), con registros desde la Gran Depresión, encuentra que la tasa general de suicidios sube y baja con el estado de la economía. El informe, publicado en el American Journal of Public Health, encontró que las tasas de suicidio subieron en tiempos de crisis económica […] tienden a caer durante períodos de vigor económico – con rápido crecimiento y bajo desempleo…”. Señala que durante la Gran Depresión, la tasa de suicidio subió de 18 a 22 personas por cada cien mil habitantes; hoy es de 35. Pero el problema es aún más grave, ya que el suicidio es un caso extremo, y quedan muchísimas personas más que sufren padecimientos mentales, verdaderas torturas, sin llegar a aquel desenlace.

En el fondo de esta tragedia social está el hecho de que el capitalismo, las empresas y el Estado no colocan al hombre en el centro de sus preocupaciones: ese lugar lo ocupan la acumulación y el frío cálculo de utilidades. Pero a esto (y a veces en lugar de ello) debe agregarse la trampa ideológica, que encierra a millones de infelices en un callejón sin salida, pues les empuja a buscar con afán lo que jamás podrán tener: todos los placeres y goces que da el dinero. Arrebatando al hombre todo motivo trascendente de vivir, el capital forma vidas vacías, guiadas por un mezquino egoísmo, que no sólo les aleja sino que les confronta con los demás, en eterna competencia; como dice Blanco Belmonte: vivimos siendo hermanos sólo de nombre, y en las guerras brutales con sed de robo, hay siempre un fratricida dentro del hombre, y el hombre para el hombre siempre es un lobo. Así, se han formado seres humanos deshumanizados, privados de todo sentido de fraternidad, que tienen por ideal de felicidad el ocio, la acumulación y el más vulgar hedonismo, promovidos por una televisión frívola que forma al hombre a su imagen y semejanza, enajenado.

El hombre individual, abandonado a sus solas fuerzas, es impotente para enfrentar los grandes problemas, y aun los pequeños; no así el hombre colectivo, fuerte gracias a su unión con los demás, que le dan compañía, apoyo, orientación y estímulo. El colectivo potencia las capacidades individuales y compensa las debilidades personales con la fortaleza de los demás; por eso la gran fuerza del pueblo radica en sumar las diminutas fuerzas de todos los débiles. Desde esta perspectiva, privarse de la vida es hacer un favor al sistema que atormenta al hombre; quien lo hace, premia a su enemigo, al renunciar a luchar contra él. La salida está, pues, en la acción colectiva, que ataque las causas del problema dando a todos un ingreso suficiente, salud y bienestar, tranquilidad económica y oportunidades de realización personal sin más límite que el talento y la voluntad de cada quien. El hombre que lucha por la felicidad de los demás tiene motivaciones existenciales elevadas, que dan sentido a su vida, a diferencia del egoísta, que más allá de su puro interés económico personal nada tiene que le motive a existir. Recordemos, pues, aquel viejo principio que dice: quien busca la felicidad de los demás, encontrará la suya.

Agradezco al Doctor Juan Manuel Quijada, destacado siquiatra mexicano, por su ayuda al proveerme de valiosa información para este trabajo.