Detroit: como realidad y como modelo

Omar Carreón Abud


Detroit: como realidad y como modelo

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2013, 18:45 pm

¿De dónde, si no de Detroit, salió y se proyectó al mundo entero el American way of life? Dudo mucho que haya salido del Bronx o de los barrios suburbanos de Memphis, menos aún de alguna de las reservaciones indias de Nuevo México, salió de la capital mundial de las fabricas del automóvil -esa mercancía irracional que está agotando los recursos naturales del mundo- no hay duda. Ahí se tomaron las fotografías de la familia “típica”, la mamá, el papá, el niño, todos muy atildados y bien vestidos, un auto reluciente y una magnífica casa de “clase media” como escenografía infaltable, la creación, la conquista histórica y eterna del modo de producción capitalista que ningún otro modo de producción había logrado y, lo que era más importante todavía, que no habría de lograr jamás.

Su base de sustentación era una clase obrera de élite, muy bien pagada, que disfrutaba de más satisfactores que las clases medias urbanas de muchos otros países, un obrero de Detroit, Michigan, vivía mejor que un profesionista de Perú o de Bolivia. ¿Cuál explotación? Marx se había equivocado o había mentido. La ciudad, de las más lujosas del mundo, sus calles con un pavimento envidiable, iluminadas, limpias, seguras, sus edificios, los más modernos, con hierro y vidrio, como lo dictaban las modas arquitectónicas de la época, los ejecutivos y managers de traje gris o azul marino y portafolio negro iban y venían a todo el mundo y de todo el mundo llegaban a hacer grandes negocios, hasta el turismo abundaba en la ciudad pletórica de fábricas.

Pero si el obrero norteamericano de Detroit (como el de otras partes de Estados Unidos) ganaba mucho más que un obrero de un país atrasado y gozaba de un mejor nivel de vida, no era, ni mucho menos, porque tuviera patrones más compartidos o compadecidos, más humanos, era porque, debido a la alta productividad de las empresas donde trabajaba, producía más barato, mucho más barato que otros obreros del mundo, es decir, en menos tiempo, en mucho menos tiempo, producía un equivalente a su salario y trabajaba, por tanto, mucho más tiempo gratis para su patrón, lo que dejaba a este con inmensas ganancias en las manos. La diferencia entre lo que se le quedaba al obrero en forma de “buen salario” y lo que se llevaba el capitalista en forma de utilidades era inmensamente más grande en Detroit que en otras partes del mundo. Añádase a ello que tanto a la producción de Detroit como a la producción de todo Estados Unidos, llegaban enormes flujos de valor mediante la importación de materias primas saqueadas a todos los pueblos de la tierra.

¿Qué queda hoy de Detroit? Un panorama aterrador, muy bueno para realizar alguna película de las que copan al cine estadounidense empeñado en atizar la irracionalidad, alguna de monstruos, de vampiros, de alienígenas o de superhombres. La ciudad de Detroit está en bancarrota, las fábricas se fueron a otro lado en busca de una fuerza de trabajo más barata o de plano quebraron por la falta de mercados y la competencia de otros productores más eficientes. En Detroit hay actualmente 78 mil inmuebles abandonados, no funcionan los semáforos de los cruceros y, entre otras cosas, las instalaciones contra incendio que existen en muchas vías públicas de Estados Unidos, están anticuadas o inservibles. En consecuencia, y ya que las autoridades federales y estatales han sido tajantes al asegurar que no hay ninguna posibilidad de rescate, hace dos semanas, su gobierno solicitó entrar a la ley de quiebras porque no puede pagar sus deudas y enfrentar sus compromisos. Ese es Detroit como realidad.

Pero para la clase capitalista no hay crisis sin salida. El encargado de sacar adelante el juicio de quiebra que se tiene que resolver ante la justicia de Estados Unidos es un abogado que ha trabajado para Wall Street, es decir, está vinculado estrechamente con los más grandes bancos y empresas de la Unión americana, se llama Kevyn Orr y su trabajo consiste en asegurar la recuperación de los créditos que se han otorgado durante años al gobierno de la ciudad de Detroit. ¿Las medidas? Hacer que paguen los trabajadores del gobierno de la ciudad y sus habitantes. Se propone, de entrada, reducir los contratos de los empleados que ya se catalogan de “onerosos” y “abusivos”, incluyendo las pensiones y los servicios de salud de los que gozan los trabajadores ya jubilados, es decir, que los trabajadores carguen con los costos de la crisis y la quiebra resultante.

¿Qué más? Se anuncia un verdadero tsunami de privatizaciones de los servicios públicos de Detroit. Se pretende privatizar el servicio de alumbrado público, el control del tránsito, la recolección de basura, vender las plantas de tratamiento de agua, el Parque Belle Isle, la famosa colección de arte del Instituto de Artes de Detroit y hasta el zoológico con todo y sus animales. El mismo centro de la ciudad será privatizado en los hechos ya que se le van a destinar enormes cantidades de fondos públicos para ayudar al señor Mike Ilitch, que es el dueño del equipo de hockey Red Wings, a construir una nueva arena para que juegue su equipo y se presenten espectáculos.

El proceso de bancarrota de Detroit es un precedente que tendrá repercusiones en Estados Unidos y en el mundo entero. En el vecino del norte, la mitad de los estados tiene graves problemas financieros cercanos a la quiebra y el mismo alcalde de Detroit declaró que existen al menos 100 grandes ciudades con problemas similares a los de la ciudad que gobierna. Ese es el Detroit como modelo. En nuestro país, hay también varios estados con deudas mayores o cercanas a sus ingresos anuales y, se dice, más de la mitad de los municipios son inviables financieramente. Se corre el riesgo de que ese modelo se use para México. Si el pueblo lo permite.