El horror nuestro de cada día (CLXIII)

PARROQUIANOS DEL SEÑOR ALTÚZAR


El horror nuestro de cada día (CLXIII)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2013, 00:03 am

Por Froilán Meza Rivera

Al paso de la mujer se levantó un vientecillo frío que contrastó de repente con la atmósfera un tanto caldeada del comedor, y todos sin excepción interrumpieron su comida para levantar la vista ante la presencia súbita que los distrajo. Enfundada en vestido gris con gorguera y su cabeza cubierta con sombrero de plumas negras y un tul que le tapaba parcialmente la cara de facciones hermosas, esta comensal entraba siempre sin que se le viera cruzar por la puerta, sino que cuando se le divisaba era porque ya estaba adentro, caminando derechito hacia su mesa.

Era fama en la ciudad que se trataba de una tal doña Leonor de Prieto, muerta hacía muchos años en este mismo sector de la comisaría de policía. Era pues, un fantasma el que acudía a cenar en cuanto las campanas de la parroquia tocaban a vísperas. Todos lo sabían.
Todos, menos el patrón, de quien sospechaban que fingía no darse cuenta de que alimentaba diariamente a un fantasma.

“Mire, señor Altúzar, la catadura de esa mujer, qué extraño viste, y no parece pordiosera de lo elegante que viene, ¿no será que lo están haciendo pasar a usted por alguna broma?”

“No, don Salvador, es clienta parroquiana ella de aquí, de muchos años, que si bien al parecer come poco, o nada a veces, yo tengo la obligación de servirle, en virtud de la promesa que hice al Santo Cristo de Burgos hace ya muchos años”.

Era aquella una fonda o cenaduría, que de las dos maneras era conocido el negocio que don Fermín tenía nombrado en letras grandes en la fachada como “El caldo gordo”.

El caso es que su propietario mantenía siempre una mesa extra al fondo, un tanto apartada de las demás, para que en ella llegasen algunos pordioseros a saciar su hambre.

Era su negocio el de la comida, y se parecía más a los restaurantes modernos que a una fonda de fines del siglo XIX. Don Fermín Altúzar Moreno era un hombre muy ordenado en su vida personal, y eso mismo se transmitía a su comedor, porque ahí cada una de las cuatro mujeres de la cocina, tenía sus obligaciones muy definidas, desde la preparación de los ingredientes, ir al mercado, picar verduras, cocinar, lavar platos, ollas y cacerolas y servir. Y así mismo, entre ellas y los mozos que atendían a los comensales y que se encargaban de la limpieza, mantenían todo muy limpio y muy ordenado.

¿Qué decir de los sabores? Las empanadas de carne rebozadas en adobo, el asado tradicional, el caldo de papas con queso ranchero y chorizo, el chilate y tantos otros platillos que se han perdido para las nuevas generaciones, eran una delicia, y las mismas amas de casa se esforzaban por birlarse las recetas, para lo cual iban de espías a la fonda y se hacían pasar por clientes.

Pero la mayor fama de “El caldo gordo” no era por su comida, sino por sus más especiales comensales, los parroquianos de la mesa del fondo, a quienes el vulgo tenía catalogados indudablemente como fantasmas.

De doña Leonor Díaz de Prieto se contaba que había muerto asesinada por su propio marido, quien le sobrevivió apenas un año y quien aparentemente no pudo disfrutar de las riquezas inmensas que heredó de su esposa muerta, porque, aseguraban las lenguas largas de la ciudad, ella misma regresó del más allá y estranguló una noche a su asesino. Al señor Prieto lo encontraron en su cama la mañana siguiente, con moretones que eran signo de que le había sido apretada la garganta con gran fuerza.

“Fue la esposa, que no descansa el eterno reposo, sino que se quedó en la zona de en medio, entre el reino de los muertos y el valle de los hombres”, explicó el cura párroco un día.

Y así como ella, cuentan que a “El caldo gordo” llegaban otros fantasmas, pero desconocidos, quienes igualmente aprovechaban para saciar alguna hambre que les quedó de cuando vivían. Lo más curioso de todo era que la clientela normal no se espantaba, aunque sí se sobresaltaban un poco cuando alguno de aquellos espectros se desvanecía ante los ojos de todos los comensales.

Esto sucedió en la famosa fonda que estaba situada atrás de la Comisaría de Policía de la cual se conserva sólo la fachada frente al banco de Trías e Independencia.