El horror nuestro de cada día (216)

SE ME APARECIÓ MI PAREJA


El horror nuestro de cada día (216)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2015, 23:49 pm

Por mero accidente, en un tiempo viví yo en el Distrito Federal, porque era agente de la Judicial Federal y me asignaron a esa plaza, aunque aclaro que hoy en día estoy retirado del servicio público y me dedico a funciones de seguridad en la iniciativa privada.

Apenas llegué a la Ciudad de los Palacios, renté un departamentito en el segundo piso de un edificio por Insurgentes Sur a la altura de Barranca del Muerto. Recuerdo que la entrada estaba por la Cerrada Perpetua y que nomás bajando salíamos a una Comercial Mexicana.

Andábamos en un operativo y apenas nos daba tiempo de “hacer base” en “home”, por lo que nos veíamos restringidos de tiempo hasta para asearnos. Un día le dije a mi compañero: “Oye, pareja, dame chance de ir a darme un remojón y a cambiarme de ropa al depa”. Me contestó que sí. “Seguro, ahí te dejo y paso a recogerte a las tres, sirve que me doy una vuelta a la casa yo también... áhi te caigo, entonces”.

Y me dejó en la puerta del edificio. Yo vivía, como dije, en el segundo piso. Entré, y después de pedir algo de comida, me metí al baño. En eso estaba cuando escuché los timbrazos en la puerta. “¡Chin! Ya llegó el compañero”, pensé, y creí que se me había hecho tarde, así que salí todavía con la toalla en la cintura y abrí la puerta.

Pero ya no había nadie, y al asomarme, alcancé a ver que alguien doblaba la esquina del pasillo hacia las escaleras y que bajaba, así que me asomé por el balcón, que daba a la calle, y vi claramente que era Roberto, mi “partner”. Le chiflé, le grité, y éste no se dio por enterado y se perdió en la esquina.

Yo me desconcerté. Me dije que, bueno, no había tos, al cabo que podía alcanzar a mi compañero en la comandancia, donde nos iban a dar instrucciones a todas las brigadas para la siguiente fase de la operación.

Me vestí rápidamente y tomé un taxi a la Procuraduría General de la República, que tenía entonces sus oficinas a un costado de la Torre Latinoamericana. Recuerdo que estaba en ese tiempo el General Mendiolea como jefe de la Judicial Federal.

Nomás llegando, uno de los compañeros me abordó en la entrada para darme la noticia: a Roberto lo habían matado a balazos hacía unas dos horas. Mi pareja se metió a intervenir en el asalto a una combi y, al encañonar a los malhechores y darles el grito de advertencia de que dejaran sus armas y se entregaran, uno de ellos disparó contra él, y quedó tendido en el pavimento en medio de un charco de sangre.

El hecho nos golpeó a todos, pero más a mí, porque además de compañero de trabajo, era muy buen amigo mío, y mi paisano.

Me quedé muy triste y muy pensativo. Haciendo cuentas, nunca me quedó la menor duda de que mi pareja había ido a tocarme el timbre una hora después de haber muerto, como si se hubiera quedado con el pendiente y lo quiso cumplir, a pesar de que estaba muerto.

Es que tal vez no se dio cuenta de que había fallecido y siguió con la inercia de la actividad. No lo sé, pero lo que sí sé es que yo lo vi cuando bajaba a la planta baja, y después en la calle.