El horror nuestro de cada día (221)

LA MALDICIÓN DE LA ABUELA


El horror nuestro de cada día (221)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2015, 22:55 pm

Por Froilán Meza Rivera

Todo sucedió que en un parpadeo, mi primo Raúl, quien estaba platicando con todos en una nocturna tertulia que acostumbran en la casa materna, bien tranquilo que estaba él como todos, pero de repente empezó a convulsionarse con los ojos en blanco, y de su pecho salieron unos gemidos de dolor, y articuló unas palabras que al principio nadie entendió.

Así lo cuenta don Alfonso Camacho Moya, en un relato de su autoría. Dice que la noche en que se apareció la abuela fue la noche más larga que te puedas imaginar. Nadie pegó los ojos esa noche.

Todos estaban espantados, bien asustados... bueno, no todos, porque la suegra de Raúl no, ella reaccionó rápido, se acercó a él, lo sujetó por la cabeza para que no fuera a irse para atrás, y luego ella misma se puso como en estado de trance, muy cerca del primo, entiendo que fue una manera de sintonizarse con él. Hay quien asegura que la señora es bruja.

Todos pensaron que lo que mi primo sufría era un ataque epiléptico, aunque a sus treinta años, pues les pareció muy improbable.

Varias horas después, Raúl todavía permanecía con los ojos en blanco, perdidos en la nada. La suegra, doña Toña, le rezaba, le tomaba la mano derecha al yerno y lo hacía que se santiguara. La señora en ratos le gritaba, luego le golpeaba el pecho con los puños cerrados, pero Raúl no reaccionaba.

Y luego hablaba Raúl con una voz bien baja y profunda, salida de lo más profundo de la garganta.

La suegra de Raúl decía que era la voz de una mujer la que escuchaban, que el hombre estaba poseído por algún espíritu.

Ese episodio duró hasta bien entrada la madrugada. Raúl seguía con los ojos en blanco y temblando muy fuerte. Cuenta mi madre que ya se les hacía que se les moría.

¿Que como empezó todo? Te cuento: Cuando la abuela vivía siempre creyó que su nieto mayor era desdichado y que sufría mucho. No sé por qué se le metió en la cabeza semejante aseveración ¿Tu crees? ¡Pobre Raúl! La vieja amenazó con venir por él desde el más allá cuando muriera.

Y pues un día la abuela murió. ¡Tenías que haber visto cómo se descompuso el tiempo esa tarde! En cuanto la señora dejó de respirar, el cielo, que estaba azul, se empezó a encapotar y la oscuridad invadió la tierra. Sonaban truenos y relámpagos que precedieron a un fuerte aguacero. Fue tan copiosa la lluvia, que muchos pensaron en un segundo diluvio, con decirte que la enterraron tres días después de que murió. Y curiosamente, Raúl no estuvo presente, porque en ese entonces estaba viviendo en Durango, y era felizmente casado.

Cuando la abuela tenía mas o menos un año de muerta, Raúl llegó a la casa de visita. Venía acompañado de su esposa y de su suegra. ¡N’ombre, a la familia le faltaban manos para atender a esta gente!

Cenaron, y estaban en la platicada, salpicada con unos ronecitos y cervecitas, pero cuando eran como las doce de la noche, un viento helado penetró por la puerta que da al patio, en el apogeo de un caliente verano.

Fue el tío Adrián, quien estaba sentado en la esquina de la mesa, el que sintió y vio primero porque le pasó por los pies: una sombra negra que se deslizaba por debajo de la mesa rumbo al otro extremo, donde estaba sentado. La esposa de mi primo contaría después que ella también sintió algo y dijo que, sin saber qué pensar, volteó a ver al tío pero este sólo se le quedó mirando sin decir nada.

Fue entonces cuando Raúl echó violentamente la cabeza hacía atrás y puso los ojos en blanco y empezó a decir incoherencias.

¿Qué cómo fue que pensaron entonces en la abuela? Es que, en una santiguada, dijo mi padre: “Pos doña Lipa está cumpliendo su promesa”. Y en verdad, que casi todos pudieron reconocer, en el fondo de la voz cavernosa del poseído, el tono de la voz de la abuela.

Pero al final, a Raúl no le pasó nada, ni siquiera se acordó de lo que le había sucedido, porque la abuela no se lo pudo llevar, gracias a los rezos y los esfuerzos de su suegra —otra abuela—, que pudo romper una maldición de la malhadada viejita.