El horror nuestro de cada día (CLXXI)

¡Y QUE SE LE SUBE EL MUERTO!


El horror nuestro de cada día (CLXXI)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2014, 00:51 am

Por Froilán Meza Rivera

Mi prima Nohemí me contó que sufrió durante un tiempo, que a ella se le hizo eterno, una angustia que no sabe cómo aguantó sin morirse.

En el tiempo de la historia, Nohemí iba siempre iba a la parada de la avenida Vallarta a tomar el camión que la recogía para llevarla a su trabajo en una de las maquiladoras del norte de la ciudad. Trabajaba entonces en el turno de segunda, de 3 de la tarde a 11 de la noche, por lo que un día cuando esperaba el transporte, le tocó la mala fortuna de que un pesado camión de carga atropelló a un señor y lo arrastró como cien metros. El pobre falleció ahí mismo como llevado por un relámpago.

Ella y los demás testigos corrieron al lugar donde se encontraba la víctima, quien era un anciano, y se arremolinaron para curiosear, con morbo unos, pero con lástima y solidaridad otros, Nohemí entre estos últimos. Total, que cuando las autoridades viales despejaron la calle y que una ambulancia se llevó al desafortunado peatón, cada quien volvió a lo suyo para fingir una normalidad que, de hecho, había sido amenazada por la desgracia.

Pasaron unos días de aquel accidente, cuando mi prima comenzó a tener pesadillas por las noches, y sentía lo que muchos describen como que “se le subía el muerto”.

“¿Cuál muerto?” Le preguntó su esposo.

“Es el señor”, contestaba ella con la mirada ausente y clavada en un punto del suelo.

Después, fue no sólo cuando dormía, sino que en la propia sala de la casa, donde se sentaba ella a leer a veces, sentía clarito cómo “alguien” “se sentaba” junto a ella, y esto lo juraba Nohemí casi llorando cuando Álvaro su esposo no le creía.

“Pero ¿cómo crees, gorda? Los fantasmas no existen, se me hace que el accidente te dejó nerviosa. ¿Por qué no sacas una cita con el sicólogo de la maquiladora, a ver si él te puede dar un tratamiento para que se te pase la impresión?”

Nohemí agradecía el interés de su marido, pero sabía que lo que le estaba sucediendo no tenía nada que ver con su imaginación, sino que el fenómeno era real.

Los sucesos menudearon, y mi prima se asustó mucho más. Aquello empezó a salirse de nivel: una noche escuchó algunos ruidos inexplicables en la cocina, tal y como si alguien estuviera martillando sobre los sartenes. Cuando se asomó a ver qué pasaba, las puertas de bandera de la cocina se abrían y cerraban como si alguien invisible estuviera jugando con ellas. En seguida, y para el peor horror de mi prima, esas puertitas como de cantina se desprendieron de sus ejes y fueron a golpearle el rostro y el pecho, empujadas hacia ella por una fuerza desconocida.

Aquello, cualquier cosa que fuera, se tornó agresivo de repente. El peligro era entonces no latente, sino real.

¿Sería que su casa estaba embrujada?

Con el tiempo, un fantasma con forma y rostro de anciano, se le apareció a Álvaro, y primero en sueños, pero luego en plena luz del día, le decía que venía por su esposa, que se la iba a llevar “al lugar de oscuridad, para que me haga compañía”.

Mi prima y su esposo, quienes tenían apenas un año de haber estrenado su casita propia en Las Granjas, decidieron dejar ese lugar para siempre, y vendieron la propiedad para comprar un departamento mucho más chico y menos cómodo en la colonia Panamericana.

Fue ése el santo remedio para que los dejara el muerto en paz.

“Oye, Nohemí, ¿y sentiste que el muerto te hizo justicia cuando dejó de aparecérsete nomás a ti y se le presentó a Alvarito?”, me atreví a preguntarle a la prima.

“¿Sabes? Algo que he aprendido con tanto sufrimiento, es que lo mejor es que dejes a un lado las vengancitas inútiles y te pongas a solucionar los problemas con tu pareja”.

Avergonzada, ya nada le dije a mi prima, pero su historia me conmovió tanto que hoy la quise compartir con los lectores.

Esta fue una historia de espantos de mi barrio, que espero que el tiempo la añeje y se convierta en una leyenda digna de contar a mis descendientes.