El horror nuestro de cada día (CLVI)

PASÉ LA NOCHE CON UN CADÁVER


El horror nuestro de cada día (CLVI)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2012, 21:25 pm

Por Froilán Meza Rivera

Pasé una noche intranquila sabiéndome invasor de propiedad ajena, pero el cansancio, el sueño y la lluvia que no cedía afuera, me retuvieron sin remedio en aquella cabaña. Desperté varias veces en la noche para cambiar de postura: así me sentía, y no tuve descanso a pesar de que me constaba que no había alma humana en un círculo de varios kilómetros que me pudiera molestar.

Después de haberme quedado más o menos dormido, vencido por el cansancio y el fragor de una larga caminata durante todo el día, desperté en la madrugada. Me di cuenta de que una luz nebulosa e incierta penetraba por las rendijas de aquella puerta, aunque no podía distinguir detalle ninguno.

Estando muy amodorrado, sin embargo empecé a ver bultos y objetos indefinidos en el interior de aquella vivienda a medio derruir. Sin moverme, comencé a dilucidar las formas que había ahí adentro, pero de manera muy precaria, en vista de mi estado de nerviosismo y agotamiento físico, y con aquella luz precaria que apenas permitía adivinar lo que me rodeaba. Muebles, tal vez, aperos de labranza, herramientas colgadas en la pared... unas patas debajo de lo que podría muy probablemente ser una estufa de leña...

Quién sabe cuánto duró mi actividad fisgona, pero se me fue introduciendo la sensación vaga de que alguien me contemplaba, me vigilaba y enjuiciaba toda mi conducta.

¿Que cómo llegué a esta cabaña misteriosa y abandonada?

Es que en mi tierna juventud yo había agarrado camino por la sierra, para llegar a un mineral en donde iba a conseguir trabajo. Así me la navegaba yo. Esa vez se me hizo noche, y la ocasión se me presentó de guarecerme de una repentina tormenta que ya me traía todo helado y aterido, al divisar esta casita en la que me acosté sin hacer lumbre ni nada, sólo habiéndome echado la cobija encima.

Sentía que me veían, que me escrutaban en espera sólo de que yo me moviera para atraparme y someterme a los más espantosos tormentos. Ahí había alguien con un par de ojos interrogadores que me tenían en el centro de su visión. Yo clavé mi vista en aquellos ojos, a los que la luz de la mañana iba detallando.

Me estremecí, y una ola de frío me recorrió de pies a cabeza. Era el miedo, ya lo sabía.

Ahora sí que vi los ojos aquellos, vidriosos, opacos como los de una fiera, como los de un asqueroso vampiro de la noche. No podía yo apartar mis ojos de aquéllos que no parpadeaban y que sentía que me taladraban.

¿Qué iba a pasar?

¡Híjole! Con la luz del sol, ya vi muy claro que la mirada monstruosa pertenecía a un rostro espantoso con una boca indescriptible, abierta y negra, y con una nariz sangrante de negra sangre. Las facciones eran confusas.

Salté como un tigre hacia atrás, de repente, al asimilar en toda su magnitud, que había estado yo toda la noche a un lado, a metro y medio escaso, de tan repugnante individuo.

Sin embargo, se trataba de un cuerpo humano inerte, desangrado, golpeado con saña. Muerto.

Muerto... ¡Había dormido con un muerto!

Espantado, salí de ahí, me alejé de aquella espantosa escena del crimen y de aquella víctima desgraciada de un horrendo homicidio.

A mis años, pasados más de cincuenta de aquel suceso, todavía en mis madrugadas, a veces despierto sudando frío, con los ojos aquellos en mi cabeza, mirándome con una mirada inerte y monstruosa.