La Espartaqueada frente a la decadencia cultural

Por Abel Pérez Zamorano


La Espartaqueada frente a la decadencia cultural

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2013, 09:58 am

Vivimos tiempos de oscuridad. La cultura en México, se halla en la postración, y ello no es casual, pues las artes son una expresión de la vida económica y social, y reflejan sus tendencias: en épocas de economía próspera, la cultura florece, como, ocurrió, por ejemplo, en México durante los años del capitalismo ascendente. No por casualidad, aquélla fue también la época de oro del arte mexicano; tuvo lugar entonces lo mejor de la creación cinematográfica; en música destacaron las grandes voces que perduran para siempre en el corazón de nuestro pueblo y fueron los tiempos de los grandes compositores, glorias del arte mexicano como Agustín Lara, Gonzalo Curiel, María Greever, Luis Arcaraz, Consuelito Velázquez, Joaquín Pardavé, o José Pablo Moncayo, Silvestre Revueltas y Blas Galindo; fue esa también la época de nuestros grandes pintores, gigantes como Siqueiros, Revueltas y Orozco. Y así ha sido históricamente, como ley rigurosamente repetida con el paso del tiempo: en las épocas de estancamiento económico y pauperización social, de hambre, desempleo y conservadurismo, la cultura resiente los efectos y los refleja en su propio empobrecimiento.

"La decadencia cultural responde a intereses y a una realidad histórica; muestra el declive de una época y la concepción del mundo de quienes la representan, misma que transmiten a toda la sociedad."

La de hoy es una economía decadente, causa de postración cultural (salvo destellos aislados que no constituyen una tendencia). La mayoría de la población vive en la pobreza, sin recursos para satisfacer necesidades elementales como vivienda, alimento y salud, y privada, consecuentemente, del tiempo y las condiciones necesarios para procurarse cultura, convertida por lo demás en una mercancía, y cara. Imposible es para la mayoría adquirir libros e instrumentos musicales o asistir a conciertos de buena calidad. Y la cultura refleja este desastre: el dominio del idioma es realmente pobre; en comprensión de lectura ocupamos el último lugar entre los 34 países de la OCDE. Somos un pueblo que no lee. El arte se ha vulgarizado (la comedia ha quedado reducida a una retahíla de albures), y su disfrute está restringido, por lo costoso, a las élites del poder. Oratoria y poesía, extraordinarios recursos para despertar la mente, dominar el idioma y humanizar al hombre, han sido desterradas de los eventos culturales de masas. En zonas urbanas marginadas no se construyen espacios físicos apropiados para la cultura popular, ya no digamos en ciudades pequeñas, y ni hablar del medio rural.

La televisión es la encargada de maleducar al pueblo. Según IBOPE, institución brasileña especializada en estudios de medios y opinión (Medición de audiencias de televisión en México, 1998-2005), los mexicanos (promedio nacional) ven televisión cuatro horas y media al día, y veinte millones de ellos (casi una quinta parte de la población) la ven durante 1,516 horas (63 días completos) al año. Otro estudio de IBOPE (2004) nos ubica en el tercer lugar en Latinoamérica como el país donde más tiempo se ve televisión; y el impacto es devastador, pues 98 por ciento de los hogares urbanos y 86 por ciento en el medio rural tienen al menos un aparato televisor. Televisa controla el 67 por ciento de la audiencia nacional, por lo que no es exagerado decir que es la verdadera secretaría de educación. Gran auge han alcanzado, sobre todo en niños y jóvenes, los videojuegos, donde se aprende a matar y destruir, y cobran cada día más fuerza la vulgarización del lenguaje y la violencia verbal, preludio ésta de la violencia física.

Los jóvenes están siendo educados en los valores norteamericanos; es la macdonalización cultural, que estandariza a los seres humanos de todo el planeta para convertirlos en consumidores ideales de las mercancías producidas por las empresas transnacionales. La globalización económica ha traído consigo la globalización cultural, eliminando paulatinamente la diversidad: hábitos alimenticios, vestido, lenguaje, gustos musicales, todo ha sido adaptado a las necesidades del mercado. Adicionalmente, el atraso cultural frena el desarrollo tecnológico de los países pobres, pues éste exige imaginación; la innovación requiere de un hombre pensante, crítico, y en lugar de eso se están preparando autómatas, trabajadores dóciles y ciudadanos sumisos. Pero como decimos al inicio, nada de esto es casual. La decadencia cultural responde a intereses y a una realidad histórica; muestra el declive de una época y la concepción del mundo de quienes la representan, misma que transmiten a toda la sociedad.

En este panorama sombrío, no puede menos que llamar la atención un evento cuya cobertura alcanza ya a todo el país: me refiero a la Espartaqueada Cultural que cada año realiza el Movimiento Antorchista en Tecomatlán, Puebla; se trata de un concurso cultural de muy alto nivel artístico, y muy reconocido entre quienes se dedican a la cultura; congrega cada año a niños, jóvenes, campesinos, obreros, colonos y amas de casa de las 32 entidades federativas para competir en disciplinas artísticas como: oratoria, poesía, canto en todas sus modalidades (incluida ópera), danzas autóctonas y baile regional (teatro y pintura concursan en un ocasión especial). El evento que en estos días tiene lugar ha alcanzado la cifra récord de 10 mil 827 participantes. Sin duda alguna, este gran esfuerzo está contribuyendo a impulsar el verdadero arte popular, con un sentido humanista y de alta calidad, pues aparte del número, destaca la concepción misma del evento, que rechaza la trivialización y la mercantilización de la cultura. Por supuesto, también evita el otro extremo, esencialmente igual: el seudoarte panfletario. No olvidemos que el auténtico arte es enemigo de lo trivial, y expresa la vida real en forma profunda y trascendente.

Esfuerzos de reivindicación y resistencia cultural como éste son sumamente valiosos en los tiempos que corren, pues contribuyen a salvaguardar nuestra gran riqueza artística y sus profundas raíces populares; el verdadero arte despierta la imaginación, y con ello la posibilidad de concebir mundos nuevos, realidades aún no existentes, pero posibles; y quien ni siquiera puede imaginarlos, menos podrá luchar por hacerlos realidad, y deberá resignarse a sus miserias y al actual orden de cosas como el único posible. Enhorabuena, pues, por este magnífico esfuerzo de llevar verdadero arte al pueblo, que le enseñe a entender su realidad y a transformarla, y que eduque al hombre para aprender a ver en los demás hombres a hermanos suyos.