La destrucción de la cuna de la civilización

¿De qué magnitud es el saqueo actual? Los Foster indican que después de la destrucción estadounidense de Irak, una tablilla puede ser vendida in situ a precios bajísimos, por ejemplo, entre 7 y 500 dólares.


La destrucción de la cuna de la civilización

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2022, 11:51 am

Opinión de Anaximandro Pérez/
Maestro en Historia por la UNAM/
Investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales

El libro Las civilizaciones antiguas de Mesopotamia de Benjamin R. Foster y Karen Polinger Foster, es un texto introductorio al conocimiento de la cuna de la civilización humana: Mesopotamia, el antiguo Irak; la tierra alimentada por los ríos Tigris y Éufrates que vio nacer a varias de las sociedades humanas organizadas más antiguas de las que se tiene registro (por lo menos desde el VII milenio a. C.), así como de una forma de escritura arcaica llamada cuneiforme –acaso la más antigua pues data del IV milenio a. C. Los autores del libro describen con detalle suficiente todo el almacén de riqueza histórica y cultural que dejaron tras su paso todos pueblos que habitaron Mesopotamia, permiten que el lector descubra una sorprendente cantidad de elementos arqueológicos, como construcciones monumentales, obras escultóricas dedicadas al culto de los dioses o a la memoria de los grandes reyes, entre otras cosas.

No obstante, los Foster relatan con amargura el largo proceso ambivalente de “descubrimiento y destrucción del antiguo Irak”. El descubrimiento efectivo del mundo de Gilgamesh a ojos del mundo occidental comenzó desde 1616-1620, cuando el italiano Pietro della Valle viajó por esas tierras. Antes de este personaje, sólo se conocían las leyendas bíblicas relativas a Babilonia y el Levante. Sin embargo el conocimiento de Mesopotamia se aceleró únicamente hasta el siglo XIX, gracias al saqueo de los vestigios arqueológicos que se hicieron cuando las tierras iraquíes pertenecían al imperio Otomano. Los “arqueólogos” británicos y franceses que visitaron en aquel tiempo el imperio de los turcos hicieron descubrimientos novedosos para sus academias de ciencias, pero sobre todo amasaron fabulosas fortunas gracias a las piezas que hallaban en la zona y se robaban con descaro. Aunque los otomanos tomaron medidas rigurosas para proteger la herencia mesopotámica, no pudieron evitar la intromisión de esas potencias; de hecho, el saqueo de esas tierras sigue dando rentas a los Estados de los saqueadores, porque se encuentran expuestas en varios de los caros museos europeos.

Tras la primera guerra mundial Inglaterra se convirtió en dueña casi absoluta del Oriente Medio, y anunció que se encargaría de “proteger” aquella riqueza. La tarea se encargó a Gertrude Bell, reconocida arqueóloga, exploradora y diplomática británica. Ella se ocupó de organizar el resguardo y estudio del pasado iraquí; se le debe la iniciativa de crear un Museo Nacional de Irak, en Bagdad, lugar que se convirtió progresivamente en un símbolo del orgullo nacional, pues los aborígenes asimilaron poco a poco su pasado mesopotámico.

Años adelante, Irak quedó libre de las garras británicas gracias al ascenso del gobierno nacionalista de Sadam Hussein (1979), quien, de acuerdo con los autores, concentró su política administrativa y sus éxitos en torno a ese lejano pasado glorioso de su pueblo. Pero un nuevo imperio calló sobre las tierras del Tigris y el Éufrates a finales del siglo XX. Cuando no existía ya la potencia protectora de los países atrasados que era la Unión Soviética, Estados Unidos se permitió dar violentos zarpazos imperialistas contra el país de Hussein: primero con la guerra del Golfo de 1991, luego con ocupación y devastación que ha sostenido desde 2003.

A los estadounidenses no los desvelaba el orgullo nacional iraquí, sino el petróleo que había en su subsuelo, así como el robo y la venta de todo lo que se encontraran por allá. En este sentido, dicen los Foster, las autoridades estadounidenses “se reunieron con regularidad con un grupo llamado American Council for Cultural Policy, compuesto principalmente por comerciantes de antigüedades, conservadores de museos y coleccionistas particulares, que apoyaban una ‘administración sensata’ post Sadam y la revisión de la ley de antigüedades de Irak”, ley calificada de “retencionista”. Ciertamente, en vísperas del ataque de 2003, las autoridades iraquíes veían el hambre de los imperialistas y resguardaron bajo mil candados su herencia histórica; pero la entrada de los aliados invasores rompió todos los candados y barreras del país. La invasión estadounidense inauguró el mayor desfalco cultural en la historia de ese país. Asimismo, la crisis de subsistencia en que quedó sumida la sociedad iraquí orilló a que los propios iraquíes robaran piezas y reliquias de su pasado para malbaratarlas ante los compradores occidentales.

Los Foster indican que después de la destrucción estadounidense de Irak, una tablilla puede ser vendida in situ a precios bajísimos, por ejemplo, entre 7 y 500 dólares. Posteriormente, estas figuras llegan a revenderse o subastarse en las ciudades del primer mundo a precios que van generalmente de 5 mil a 500 mil dólares, pero que pueden elevarse hasta cifras casi impagables, por ejemplo: una escultura se vendió en 57.1 millones de dólares por la casa de subastas Sotheby’s. En resumen, la sangrienta invasión que sufrió el país de Sadam no sólo destruyó la vida material de los iraquíes y los privó de sus recursos naturales, también violó y sigue violando sin remordimiento alguno, la identidad nacional de ese pueblo. En palabras de los Foster, con la caída de Sadam en 2003 nuestro pasado humano “se ha perdido sin posibilidad de recuperación”.

Anaximandro Pérez es Maestro en Historia por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.