Plomosas: de emporio minero a pueblo fantasma

¿Qué se hicieron los mineros que disfrutaban de las recias viviendas? ¿qué fue de las amas de casa que mantenían bellos jardines y que regaban los frentes de las casas, que compraban en las tiendas?


Plomosas: de emporio minero a pueblo fantasma

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2013, 08:54 am

Por Froilán Meza Rivera

Aldama, Chih.- El viento es el único habitante del otrora floreciente y lleno de vida poblado de Plomosas. Este apartado rincón del municipio de Aldama, que en un tiempo fue rico emporio minero, hoy está vacío, y hasta los rancheros que lo cruzan ocasionalmente, se santiguan para exorcizar los demonios de la soledad que se aposentaron en las viviendas y en las calles desoladas.

¿Qué se hicieron los mineros que disfrutaban de las recias viviendas? ¿qué fue de las amas de casa que mantenían bellos jardines y que regaban los frentes de las casas, que compraban en las tiendas? ¿qué, de los niños que aprendían las escuelas y jugaban en el parque y correteaban en los senderos? ¿qué se hizo el correo? ¿cuándo, a qué horas se sientan las familias a tomar el fresco en los pórticos?

¿Y la cantina, que se ubicaba en "El Cuatro", un paraje dispuesto para ese fin a cuatro kilómetros del pueblo hacia una lomita? ¿quién se sienta hoy en la cantina donde los hombres disfrutaban de los pocos momentos que podían robar a las obligaciones?

¿Cómo, cuándo, a dónde van las mocitas con sus pretendientes como infaltables e inseparables caudas de cometa?

Nada, nadie, nunca, son las respuestas.

Nada sucede aquí, sino los ciclos vegetativos, nada aparte de los sucesos planetarios de cambio y sucesión de las estaciones del año, nada además del movimiento de las plantas rodadoras que se estrellan en contra de las desvencijadas cercas de madera.

El silbido del viento y el rechinido de algunas láminas movidas por éste, son los sonidos más representativos de la soledad que embarga al lugar y que produce un miedo involuntario en el visitante.

En pleno medio día, sólo caminar por las calles polvorientas y destrozadas por las corrientes de agua de los arroyos, entre las casitas y sus jardines una vez florecientes y hoy llenos de maleza, produce escalofríos.

Cualquier ruido de ramitas quebradas hace saltar el corazón y es inevitable voltear la cabeza llenos de temor.

Plomosas es un rincón escondido al que sólo se puede llegar mediante mucha precaución para no dar una vuelta equivocada; en el kilómetro 59 de la carretera que va a Coyame, está la nueva carretera a Ojinaga. Pasando el río Conchos, hay un camino de terracería que conduce al Placer de Guadalupe, y algunas decenas de kilómetros más adelante a dicho pueblo, antes del Pueblito y la Estación Falomir. Aunque parece muy simple, no lo es tanto por las muchas bifurcaciones, recovecos que hay antes de llegar, y sin tener en cuenta que inclusive los habitantes de poblaciones más o menos cercanas parecen estar olvidando ya lo que un día fue Plomosas.

Enclavado entre cerros no muy prominentes, parece que el viento es lo único que llega hasta acá por estos días.

Plomosas tuvo una vida, gracias a las más de 200 familias dedicadas a la explotación del plomo, zinc y otros minerales que al parecer siguen siendo parte del paisaje, pero que por alguna razón dejaron de ser atractivos para su extracción por parte de la compañía Industrial Minera de México.

"Colgado de un barranco, duerme mi pueblo blanco, bajo un cielo que a fuerza de no ver nunca el mar, se olvidó de llorar", diría Serrat al evocar otro pueblo que moría. Pero Plomosas ya murió, y es muy improbable que reviva algún día. Pero por lo pronto, ahí están sus casitas blancas, pegadas a una tierra que hace más de 70 millones de años no ve el mar.