¿Qué cazas en noche de luna llena?

**El croar cercano de las ranas en el agua estancada del canal de drenaje agrícola, el murmullo del agua de un desagüe, se magnificaban en los ánimos enrarecidos por el terror.


¿Qué cazas en noche de luna llena?

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2010, 15:45 pm

Por Froilán Meza Rivera

Ciudad Delicias.— Era la década de los sesenta, a mediados. En mi barrio, entonces, no conocíamos el jamón, ni los carritos de pilas, ni la leche pasteurizada. Tampoco teníamos la menor idea de lo que era la televisión, sólo referencias de algunos de los nuestros que iban a Juárez a pasar temporadas en casas de sus familiares. Llegaban estos presumidos vacacionistas, y nos trataban de explicar inútilmente que adentro de una caja se movían unos monitos, como de caricatura a veces, a veces como los del cine. Todo eso no entraba en nuestros esquemas mentales, por ser algo muy ajeno a lo que nos rodeaba.

Acá, la diversión de los niños y de los jóvenes se producía en torno a los juegos de conjunto en las calles, en los que entraban las niñas, pero la mayor parte dependía de las excursiones que hacíamos a los canales, a la zona de granjas, a las tierras de cultivo pegadas a la ciudad. Y eso era mucho, porque la exploración mantenía ocupada nuestra mente.

Ese ambiente era propicio para la imaginación, y así era como proliferaban los juegos de indios contra vaqueros, pero también los cuentos de espantos, las historias de monstruos...

Recuerdo muy bien que, en una ocasión, la cuarteta de ocurrentes: Rafael, Eleuterio, Marco y Segismundo, quienes estaban entre los mayores de mi barrio, salieron a cazar, pero de noche. Llevaban una escopeta que tenía el Tello, y un rifle 22 que sacó a escondidas de mi casa mi tío Rafa.

“¿Qué chingados van a cazar en la noche?” Les preguntó don Venus, al ver a los cuatro encachuchados y con sus armas en ristre.

“Ah, lo que usted no sabe, es que de noche hay zorros, zorrillos, tejones y unos animales que se parecen a los ratones pero que tienen patas muy largas y saltan...” Habló Marco por todos, y justificó así aquella extraña excursión nocturna en una noche de luna llena.

No les dijo ya nada el viejo, y los dejó ir, sin saber si eran muy listos o demasiado pendejos por perseguir zorrillos y ratas canguro.

Se fueron ellos, y en lugar de caminar derecho hacia el Puente de la Muerte, que los cruzaría del otro lado de las tierras de labor, entraron primero en éstas, esperanzados en que las semillas sobrantes de sorgo de la última segada, hubiesen atraído esa noche a las misteriosas ratas que saltaban.

Luego de una caminata que les facilitó la brillante luz del astro de la noche, sintieron algo raro atrás de ellos. El Rafa, quien era el más nervioso, pero también el más sensible de los cuatro, les dijo en un susurro tembloroso de temor, que había escuchado un gruñido como de marrano.

Ellos le hicieron caso de inmediato, pararon y voltearon a todos lados.

“¿Pos qué no lo oyen? ¡Viene de allá! Ahí lo estoy oyendo otra vez!”, les decía Rafael, histérico.

Escucharon ellos también el gruñido, pero no les pareció de marrano, sino de león, y se apiñaron juntando sus hombros, con el rostro vuelto hacia fuera del círculo, tratando de enterarse de dónde provenía aquel atemorizante sonido.

Todo, hasta el roce de las patitas de los grillos, el croar cercano de las ranas en el agua estancada del canal de drenaje agrícola, el murmullo del agua de un desagüe, se magnificaban en los ánimos enrarecidos por el terror.

Cuando una inocente liebre corrió asustada por la presencia de los invasores, sintieron ellos que se les venía encima un monstruo devorador de carne de jóvenes tiernos.

Corrieron, tropezaron con todos los surcos que guardaban todavía los tocones del sorgo y llegaron al barrio polvosos y blancos del susto, diciendo que se les había aparecido un monstruo.

“Sí, y de seguro se los quiso comer, ¿no, muchachos?” En el colmo del sarcasmo, la expresión de don Venus los hizo sentirse culpables y cobardes, pero los cuatro amigos se mantuvieron en la versión del monstruo devorador de cuyo ataque se salvaron de puro milagro.