Turismo depredador

Otra escena ocurre en el barrio rojo de Ángeles City, practican turismo sexual visitantes de Europa, Estados Unidos y Asia, cobijados por el anonimato y la impunidad. El sexo con menores es otra forma cruel de explotación infantil contra 1.8 millones de niños en el mundo.


Turismo depredador

Nadia Sosa
Enero de 2016, 17:46 pm

Nydia Egremy
Nydia Egremy es una internacionalista mexicana y periodista desde hace 30 años. Sus investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados la han llevado a países de Medio Oriente, Europa y América Latina. Es articulista de planta de la revista Buzos.

México.- El turismo masivo de nuestros días es factor clave en la geoeconomía con su red de hoteles, agencias de viajes, parques temáticos, aerolíneas y Estados cooptados. Atrás queda el espíritu de los viajeros de antaño por conocer al planeta y a sus pobladores; la institucionalización del ocio por las trasnacionales impone los “destinos de moda” y la temporada ideal. La prensa del sector impuso la percepción de que el Paraíso sólo es para privilegiados, al tiempo que las empresas se apropian de tierras, destruyen el hábitat y dejan migajas a los Estados anfitriones.

La escena es común en los “destinos de playa” de nuestros países: decenas de jóvenes extranjeros bajo el efecto del alcohol y las sustancias tóxicas pasan sus vacaciones de primavera en un hotel cinco estrellas. Gritan, bailan sin ropa, se apoderan de piscinas, bares, restaurantes y pasillos, acosan al personal femenino y destruyen muebles e instalaciones: son los spring breakers, jóvenes que cometen desmanes en otros países, pues en el suyo serían castigados. Para muchos, ese turismo deja grandes derramas, pues en una habitación doble se alojan cuatro o más y se les cobra la tarifa más alta; para otros son turistas depredadores.

Otra escena ocurre en el barrio rojo de Ángeles City, sobre la Avenue Bilibago de Manila, donde practican turismo sexual visitantes de Europa, Estados Unidos (EE.UU.) y Asia, cobijados por el anonimato y la impunidad en una zona donde operan medio millón de trabajadores sexuales. Según la red Ecpat Internacional, el sexo con menores es otra forma cruel de explotación infantil contra 1.8 millones de niños en el mundo.

En 2005, el historiador británico Gordon Thomas denunciaba el turismo sexual de europeos ricos en la ex Yugoslavia y hoy se sabe que Cartagena, Bogotá, Tijuana, Acapulco, Cancún, Guadalajara, Costa Rica, Marruecos, Kenia y Ghana son escenarios de esa práctica que aumenta pese a ser delito.

No obstante, se atribuyen al turismo buenas cifras económicas. Según la Organización Mundial de Turismo (OMT) aporta el 5 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial, genera 235 millones de empleos y es el cuarto exportador después de la industria petrolera, química y del transporte. A la par, el turismo post-industrial acarrea problemas sociales, económicos y ecológicos en los países-destino, donde la pobreza y la marginación son la constante.

El efecto expansivo que genera la construcción de aeropuertos, estaciones de trenes y autobuses, puertos y carreteras se beneficia de la mano de obra barata local y la mayor parte de sus ingresos son repatriados a las firmas matrices en lo que Duccio Canestrini llama “turismo colonizador”. Su infraestructura reordena el territorio sin atender al interés de la población local y al revalorizar espacios vírgenes, reubica a las comunidades en regiones distantes, por lo que la expansión del turismo trasnacional evidencia la impotencia del Estado anfitrión.

Desigualdad y subdesarrollo

La expansión global de la geoeconomía y la geopolítica del turismo, en manos de las corporaciones, legitima prácticas que revelan cómo la estructura norte-sur divide a ricos y pobres del planeta. Así, vemos que detrás de los suntuosos hoteles, villas, casinos y centros de esparcimiento en playas o espléndidos paisajes asiáticos y africanos, está la feroz pugna entre desarrolladores turísticos y poblaciones locales por la tierra, el agua, la biodiversidad y la interlocución con el poder político.

Hace más de 70 años que el turismo detonó como sector global. Según la OMT, los ingresos que dejan más de mil millones de turistas en todo el mundo debían ser suficientes para impulsar el desarrollo de las comunidades que alojan a esos viajeros. Sin embargo, la megatendencia del turismo internacional será la gran desigualdad social, pues generará mayor contraste social por la productividad de empresas, regiones y países, frente al estancamiento de otros, estiman las analistas de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), Stella Maris Arnaiz y Fernanda César.

Es notorio que la mayoría de las comunidades sociales de los destinos turísticos viven en medio de la pobreza. En 1996, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) admitió que si bien las ganancias netas del turismo eran muy significativas para la industria, no se repartían equitativamente entre la población local. Esa tremenda desigualdad se repite en más del 80 por ciento de los países del mundo que ven al turismo como uno de sus principales generadores de divisas.

La situación se agrava en países dependientes de ingresos turísticos como República Dominicana, Bahamas, Tahiti, la isla de Phuket en Tailandia y Bora Bora, cuyo entorno ha sido tan degradado por los turistas que se los compara con el deterioro que causa la industria extractiva. Así lo refrenda Intermón Oxfam, cuyo informe anual advierte que en esos países retrocedió el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que mide el nivel de vida de la población.

Eso significa que los habitantes de sitios con más turismo no necesariamente alcanzan mayor desarrollo. El 80 por ciento de los pobres del mundo, que subsisten con menos de un dólar al día, viven en sitios cuya principal fuente de ingresos es el turismo. De ahí que sea necesario un turismo relacionado con las necesidades de los pobres, propone la profesora de la Universidad de Valencia, Amparo Sancho. La Cumbre de la ONU para el Desarrollo Sostenible de 1999 propuso esa estrategia y en Johannesburgo, en 2002, instó a los gobiernos nacionales a aprovechar el desarrollo turístico para erradicar la pobreza con políticas que integren a todos los agentes del sector y las comunidades locales. Pero nada cambió.

Los turistas ignoran que el personal que los atiende durante su estancia es explotado por los operadores de la industria, pese a que ofrecen oportunidades de empleo. Sin embargo, se crean pocas plazas, son temporales y de baja calidad, con lo que los empleados trabajan más tiempo y cobran menos. Además, están prohibidos los sindicatos que protejan los derechos de los empleados; es decir, todo lo contrario al “trabajo decente” que postula la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Las empresas turísticas pequeñas y medianas empleaban mano de obra local (grupos desfavorecidos y minorías étnicas) hasta que llegaron las cadenas hoteleras y las villas de lujo que desplazaron a esa fuerza de trabajo por personal más calificado, joven y de sector social más alto. Este contexto confirma que el turismo masivo fomenta la injusticia social al poner a extranjeros ricos codo a codo con residentes empobrecidos; situación que a corto plazo provoca malestar o disturbios que afectan la seguridad general, advierten analistas.

Ecocida y de ficción

El creciente turismo ya amenaza al ecosistema de la Antártida y a la fauna local carente de defensas contra virus y bacterias que portan los visitantes, alertó la Universidad de Otago, Nueva Zelanda, en la revista New Scientist. Desde que comenzaron a llegar occidentales a la zona, hace unos 200 años, la amenaza se extiende rápidamente. Sólo en el bienio 2013-2014 arribaron a la Antártida unos 37 mil turistas a los que se suman más de cuatro mil 400 investigadores que realizan estudios por largas temporadas.

Ese flujo humano afectó entre 2006 y 2008 a los pingüinos, cuyas colonias sufrieron una epidemia de gripe aviar que mermó las colonias de esa especie. En el verano de 2014 ocurrió la situación más grave, cuando pingüinos de la costa del Golfo de la Esperanza registraron el brote de una enfermedad desconocida que les causó pérdidas de plumaje y muerte.

Los idílicos paisajes se han transformado drásticamente desde la primera mitad de la década de los 80, cuando los países aplicaron reformas neoliberales y desarrollaron la “industria sin chimeneas”.

La construcción de complejos hoteleros, agresivos con el medio ambiente, arrasan manglares, desecan humedales y vierten aguas residuales sin tratamiento. Adicionalmente, la ávida apropiación del territorio ha agotado mantos freáticos y ha puesto en riesgo de extinción a la biodiversidad local, advierte el sitio digital En nuestra América.com.

Igual de ecocidas son las prácticas turísticas de pesca de fauna marítima no comestible que tras ser fotografiada deja de ser útil. Esas acciones se extienden al maltrato de cocodrilos en pantanos, cabalgatas sobre tortugas y delfines, así como caminatas en zonas de frágil vegetación. El turismo depredador y la creciente especulación inmobiliaria provocan, entre otros males, los siguientes: la desertificación de frágiles ecosistemas debido al desvío de ríos y arroyos; la contaminación de playas, praderas submarinas, esteros, bosques, planicies y montañas y la desaparición del suelo rústico y el paisaje rural. De este modo, la naturaleza se convierte en un simple parque temático al servicio de la avaricia turístico-residencial.

La publicidad de la industria nutre la ficción de que el turismo alienta el entendimiento entre pueblos. El único contacto entre la población local y las masas de viajeros se limita a la atención que reciben de meseros, camareras y uno que otro guía cuando consumen alimentos y compran souvenirs. Otro efímero roce con la cultura del país visitado son las ceremonias y los rituales falsamente religiosos o tradicionales que se escenifican en zonas indígenas en Panamá, Hawaii, Nepal o México.

Esto ofrece a los viajeros una visión distorsionada y mercantil de la realidad y una experiencia maquillada de ésta a partir de las sensaciones diseñadas por una industria que enmascara la miseria de las poblaciones y donde los amos del sector son grandes beneficiarios, advierte el analista del Instituto del Tercer Mundo y autor del estudio Turismo Depredador y Omnívoro, Jeremy Seabrook.

Especialización

La OIT ha advertido que el turismo en Fortaleza (Brasil), Pattaya (Tailandia), Manila (Filipinas) o Cancún (México), genera un importante mercado de trabajo sumergido en la prostitución femenina e infantil. En otras regiones consideradas “destino turístico para adultos” las prostitutas son una oferta disimulada de los operadores de viajes.

Existe un “turismo para potentados” que eligen Tailandia e India como destino. Otros operadores ofrecen a esos turistas ricos servicios médicos difíciles de conseguir en su país de origen y a precios más accesibles. De igual forma, hay “destinos de shopping” en el llamado Primer Mundo para que los visitantes adquieran bienes imposibles de obtener en su país.

La novedad es la creciente oferta de los llamados “protectores de la ecología” que se anuncian ávidos de retornar a la naturaleza y de practicar la plantación de árboles generadores de carbono, limpieza de zonas deterioradas por contaminación ambiental y educación ecológica en bosques y montañas. Son la excepción frente al turismo depredador.

Los lobbies hoteleros determinan las políticas públicas de los países que dependen del turismo como fuente económica. Tras la crisis económico-financiera mundial, el mundo corporativo turístico se reestructuró; abandonó las tradicionales rutas del Norte de África y buscó nuevos socios y destinos, como Brasil, para los turistas europeos. Pocos se resisten hoy a la oferta globalizadora de los paquetes transporte-hospedaje-alimentación cuyos réditos reciben las operadoras de viajes.

La prensa turística asocia al sector con el descanso y la aventura inocente y lo distancia de la globalización enajenadora de territorios que deteriora valores y derechos de las comunidades; también silencia el destino de las ganancias y la presión de los operadores sobre la llamada “Riviera Maya” de México, los conflictos por tierra y agua en Canarias, Mallorca o Jamaica, advierte el investigador de Alba Sud, Joan Buades.

Para plantear alternativas a esa industria de falsos paraísos habrá que tejer alianzas que fortalezcan la casi inexistente red ciudadana con programas alternativos que enfrenten a las trasnacionales turísticas.